martes, 28 de febrero de 2012

Marranas 37


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Grávidas. Dos rodillas descuajaringadas. Y la súbita decisión de partirse en el aire. Se mueven  geometrías y secretos, los conjuntos celulares de una nueva forma.

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Los ganglios todos en arabescos tejidos. Por el tobillo. Por el lóbulo de la oreja. Justo debajo de los cojones según se cierran los párpados. Es difícil explicar algunas libertades.

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Donde se filtra el gris de las hormonas. El cristal de los sudores, la pena edénica, una rosca de brote curvo, un antiguo paso marino se extravía en las axilas. Además, cambia la voz que lo cambia todo.

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Cordales y exégesis. Penetrada la negrura. Traspasados los umbrales de los azúcares y las proteínas. Espera con sus caries el dolor, limpiecito y con olor a Colgate.

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Como los peces que se esconden de Dios. Como Moby Dick. Con un huevón amarrado a la espalda por la eternidad.

sábado, 25 de febrero de 2012

Gaba (a los diez)


25 de febrero y este 2012


Termini está cerca. Le digo. Me recuerda cuando se abre una trinchera y se espera. Cuando se cuentan los pájaros pasar sobre la cabeza en un pedazo de cielo. Ese agujero de la incertidumbre. Le digo que cerca porque a los diez años el mundo es inexplicablemente grande e ilusorio. Y las distancias, por muy cortas que sean, se miden por el peso de un tiempo inmensurable.

A los diez años cuando te preguntan por tu padre uno baja la vista cuando se teme. Y la paloma que pasa por la ventana se queda paradita en un cordel de la luz y uno es el único que la registra. Te lo guardas sin comentario.

Cuando llegamos, el olor a pizza le abre los ojos. Las dos porciones las aliña con la confianza de una vieja cocinera. Pimienta roja y orégano. Pecorino romano. Mira alrededor y va hasta el mostrador. Regresa con ajo molido. Balancea con cuidado los ingredientes. Pero antes, le ha puesto unas servilletas para esponjar la grasa.

Quisiera que fuera viernes. Se me terminan las vacaciones de invierno. Me dice. Yo deseo poco. Le digo. Ella muerde la pizza con lentitud y después no dice nada. Tal vez ha visto la paloma dar el salto mortal desde el cordel de la luz y prefiere callar. Decido no girar para ver si es cierto. Prefiero creer en su silencio.

Afuera el viento nos arremete contra el tránsito. Los plásticos, los abrigos, los cabellos, las vidrieras. La gente baja la cara. Cala el frío. A mi lado se refugia en su chaqueta azul. Le explico que febrero no ha sabido comportarse. Hay que desconfiar de estos calores. Me inclino a pensar que marzo conspirará y que nos llevará a entender menos. A ella le intriga que en otros países es verano y le parece una cuestión que tendrá que estudiar a fondo a partir de la línea ecuatorial. Tiene que leer más. Decide.

El viento. Las manos se le enfrían. El viento. No lleva guantes porque le ahogan las manos. Le da miedo no saber como explicármelo. Pero estamos de acuerdo que la temperatura ha bajado. Y que estamos alegres. Nos reímos y le señalo las nubes separadas de la luz y algunos copos de nieve que revolotean frente a nosotros. Los mira con asombro. Lo que mira está mas allá. La veo levantar el rostro. En ella hay un cubo de ausencia en ese tiempo que nos separa. Un exponente. La fórmula perfecta para despedirnos. 

jueves, 23 de febrero de 2012

Variantes


23 de febrero y el 2012

Quebrachos. Sueño de aguas. Reverberos y el humo del café en un colador. Dos manos sobre una mesa de madera y un jarro de lata (ahí). Uñas negras. Oscuras ranuras entre las tablas. Y una serie de ondulaciones en la madera verde. Ese verde que cuando se alza la vista es la corteza, el repello, de un cedro que está en un parque que se puede ver desde de una estación de autobús. Y debajo, hay un banco, donde un viejo mira a un hombre arrastrar una maleta hacia la estación. Cuando el hombre entra es tan temprano que oye el eco de las ruedas de su maleta rodando contra el piso. El piso es de mármol. Todavía a esta hora de la mañana tiene lustre. Pues, la luz que entra por el ventanal se desparrama (tranquila).  El hombre se sienta, sin apuros, frente a uno de esos ventanales por donde se puede ver el otro lado de la calle. Allí, en el parque, crece un cedro con la corteza verde. Desde donde el hombre está sentado, puede observar al cedro adornado de ramas entrelazadas, y debajo, en el banco, a un viejo que ignora a un joven que escucha música en su ipod mientras cruza la calle en dirección a la estación. El tránsito va a aumentar, de modo que, en un momento dado, el viejo mirará a su derecha sin saber que está sucediendo frente a él.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Naufragio de un pápaz frente a la costa de Tánger

Angelo Musco

22 de febrero y el 2012

El naufragio. Se pierde la mar tal liebre en la broza. La embarcación, antes de desaparecer, deja el encono sobre el frenillo de lo que se está por decir. Esas cosas de la mar. En las aguas se esfuma. En la cruz del pápaz cuelga un salvador con sus peces enhuevados. La ceba de la ceba. Una servidumbre de sacrificios y ofrendas perpetuados en el engendro de una vida sin tiempo. Cómo no. No es hora para la duda. Nada de tergiversar los pecados por pescados. Ni enflorar el fuego (el fuego) de la rabia eterna y sus desnudos (terrible pena) en un lago de hirvientes jugos e innombrables matemáticas. Habrá loor y consuelo para los perdidos, los del total desconsuelo, ciegos y ladrones, matuteros e hijos de putas. Esa es la promesa.

En la costa, además de la palidez de Tánger, aparece otro alivio. La luna con su contorno de febrero hace una tajada blanca y el resto es anatomía que entrampa a los peces. Allá, en el fondo se les ve a algunos, en la oscuridad de sus vidas, perseguir a lo que reposa con la livianez de un juguete inútil.

martes, 21 de febrero de 2012

Ausencia


21 de febrero y el 2012

.La mañana. El poco espacio disponible del apartamento está lleno de los carapachos que deja el {a} intervalo degenerado de mi piel, botellas de vino, platos, palitos chinos, calcetines, y un gordísimo libro de Nancy Bacelo abierto en la página ciento y pico en el linóleo. No hay crustáceos ni nieves al borde del colchón a pesar que anoche luché en un océano índico de blancos sabores y destellos. Cosas que se iban. Cerca de la mesa de la cocina, en el hoyo de un espacio, falta un sabor esencial dentro del café. ¿Cómo es posible que no sepa igual que al de ayer. De dónde ha salido esa Ausencia? También se ha desaparecido el trillo hasta la mesa de la cocina que allí se bifurca hasta el refrigerador y luego tuerce a la derecha hacia el baño. No está. Frente a la estufa, el gas se quema en el azul, coronado de amarillo, como si no quisiera calentar y el ruido de su escape (pacífico) hipnotizador se fundiera en el aire como si nada. Y a su lado, el motorcito del mini refrigerador, por no quedarse ausente, vibra entre una C mortecina y una D. Yo no sé si sentarme en el piso al lado de una columna (dórica) de libros o retroceder al colchón y, desde allí, todo el día mirar, por la ranura de la ventana, el cielo y esperar que pasen los aviones del aeropuerto de Newark. O.Y. Simplemente quedarme aquí (de pie) hasta que esta inercia del edificio me arroje a algún sitio.

viernes, 17 de febrero de 2012

El tronco verde de un cedro


16 de febrero y el 2012

La ventana. El tronco verde de un cedro. Ha crecido torcido y sus ramas superiores han creado una copa de extremidades. Una maraña. Frente al ventanal, en las mesas, hay cinco jóvenes (adormecidos) escuchando música. Cada uno con su propio aparato. Como Apple manda. La sala es amplia, pero es un espacio en blanco con silencio blanco y paredes azules. Quiero decir que se parece a una sala de espera donde el futuro amasa sus apariencias con mucha cautela. ¿Será?  Esto podría ser, mirándolo bien, una sala de una escuela llena de optimismos. Cinco jóvenes escuchando música en los audífonos sin que nadie sospeche ni levante alarma ni los moleste. O. Y.  Si uno lo prefiere, la sala, está en una estación de autobús cualquiera, a las primeras horas de la mañana, cuando todavía hay eco, y tiene un ventanal de esos por donde se puede ver, desde adentro, el lado opuesto de la calle. Allí, en un pequeño parque,  hay un cedro con el tronco verde. Este ha crecido con sus ramas alborotadas al lado de un banco, donde un viejo está sentado y mira, a su derecha, el tránsito de la mañana.
                                                                                                             

martes, 14 de febrero de 2012

Debajo de la parra


14 de febrero y el 12


A)
Dentro del mate camionero el verde se esponja de agua. Oscuro. Ahora que pienso en tus amarguras, el rebote caliente en la lengua me recuerda los eucaliptos. Las hojas humeantes. Y esa condición de la tarde doblegada en las conservas de membrillo y durazno. Las manos (tuyas) de una sombra que apenas. Una movediza espera de vapores en tus ojos. Dadores espacios. La calma entre los dos.


B) 
Por ti entro en las quemas. Los diablillos chisporrotean las hojas y levantan sobre la ciudad una inmensa res muerta. Esos deseos pegados a las humedades. A los humos. Es un castigo que se extraña por vida. Un olor que (lo) penetra (todo) la cadena colgada de tu cuello, inclusive, la ranura del viejo anillo que te hizo una zanja en el dedo. Hasta ahí. Con tus piernas cruzadas, mientras lees a la Agustini, en el balance de tu madre. 

C)
Leía en un diario que Juan Gelman buscaba justicia. El Café Brasilero (1877) y sus aserrines de tantísimas sepias. Cuando levanté los ojos ahí estabas. Detrás del ventanal. Dijiste, años después, que lo primero que viste fue mi reloj alemán. Yo fumaba un toscano made in Cuba con un Napoleón de guardia. Siguió el aburrimiento entre los dos (congelado) en una tacita levantada en el humo. Nada de estrategias y conversaciones políticas. Dijiste Qué linda garúa. El ventanal. Los autos. El gris de lo que pasa entre dos personas. Ahora, apunto que levantaste la tacita del cortado, con la zurda, sin dejar de mirarme a los ojos. 

D)
Duermes. Toda la tarde y yo pienso en el color del mamey. En el naranja de las yemas de los huevos. Las tajadas de los mangos maduros. Creo estar sentado a la sombra de un patio donde alguna vez desayunamos. La brisa no tenía tiempo. Eso lo quiero volver a pensar con otra variante en Santiago de Cuba. Donde también dormiste. Pero es Montevideo. Debajo de la parra. Sentada, con un libro en la mano, duermes con el rostro hacia el sol (austral) de julio. Y yo aquí, a tu lado, me cebo un mate.

lunes, 13 de febrero de 2012

Amnistía (La luz)


12 de febrero según el 2012


Hoboken. Amnistía. La luz en las aguas se canaliza. Arrastra apariencias y sombras de estos edificios tatuados en el cielo de Manhattan. Allá. Donde hay menos azul, el puente Verrazano se arquea en aquello que sujeta a la tierra sobre sus cuatro elefantes y la gran tortuga. Ahora que lo miro tranquilo, no entiendo el espacio que libra. ¿Y si le lanzara una piedra desde aquí?

En el muelle de Lakawanna lanzo al Hudson, en dirección al puente, un caramelo que me he encontrado en el bolsillo del pantalón. Menta. A más de 20 quilómetros del Verrazano el caramelo se sumerge en las aguas.

Una gaviota me pilla. Desde el otro lado del muelle se levanta. Dos aletazos a barlovento. No importa. Hace un rapidísimo giro y se abalanza (elegante) al sitio donde se hundió el caramelo.  A ras del agua vuelve a tomar altura, y cuando corta, su cuerpo emblanquece el aire, se entreteje con la luz de las aguas, y toda ella se dirige hacia mí. Me pasa cerca. Me hace girar. En otra maniobra, cae alerta, al lado de una bandada inmóvil que, en escuadra centinela, observa, con las plumas erizadas, la mañana. Antes de incorporarse al grupo, mueve el cuello como una anciana. Da tres pasos, torpes y sospechosos, antes de ignorarme.

viernes, 10 de febrero de 2012

Hiperrealista (me despierto)

Naked man on bed (1989) y Lucian Freud


10 de febrero y el 2012 

Patinas. El sabor rancio desde la garganta hasta las raspaduras de la lengua. Como una quebrada reseca. Una contracción por el esófago hasta el vientre se despierta. Me pego a las telas con el cuerpo en U sobre este lienzo de luz paterna que por la ventana forcejea. Una manito empuja entre las persianas el visillo de febrero. Más triste que desnudo, las bisagras de los músculos se contemplan desde anoche en su chorrera de abandonos. El vino derramado, las carnes. Y en un momento, todo el cuarto parte con sus cargamentos y desórdenes. Las sabanas de sus paredes. Los libros, en filas dóricas, sujetan lo que no me importa ver. Aquí no hay arañas. La luz cae de una teta blanquecina de 60 vatios de bajo consumo. Yo abajo me muevo. En colores. Rojo. Amarillo. Azul. Mostaza diluida. Hiperrealista. Un Lucian Freud hacia el baño. Hacia las concordancia del ruido del inodoro y su destello. Me entrego a la bomba de agua que se traga como un animal ansioso el interior de mis envíos. Y desplaza (rehilete) a lo oscuro su flor coriolis.    

lunes, 6 de febrero de 2012

Antoni Tàpies (Cruces)

Antoni Tàpies © boillon

6 de febrero del 2012


Una arenilla desciende. Se puede pensar hasta en un reloj. Y. O. Un entierro. Una conexión de metilenos y anillos de maderas de zumos de una vuelta ágil en el color de la eles catalanas. La pena y su estrategia de penitencia lenta. El ventrículo de una derecha con sus naranjas hechas de olas. Amagar y no dar. Una renta que tiene el brochazo que se da como venda. Para que por ahí se vayan los ciegos a coger por el culo. Algo de dulzuras en todo ello. Pero, para qué. Para qué insistir dentro del cuadrilátero. Tàpies. Insiste. Antoni. Se amordazan algunas sedes de la materia y él se deja caer. Padece versicular, tenderse, poner en orden el café la noche el abuso la histeria una caja de cerillas. Sin irse se adhiere. Esa es la magia. Y luego. Como un rostro trocado en un tren que cruza se vuelve a repetir. A repartir. El Gólgota. La suma. Una bronca. {a} intervalo degenerado. Una deuda donde la playa se enrolla en el gusano blanco. Y se desparrama.

Marea alta en los pantanos



6 de febrero y el 2012


No es fácil explicar esa sensación rara de la tibieza lindando con el frío y cuando el frío suda su temor sobre las manos de lo vacío. Allí voy y me siento en el autobús. Cabeza contra el panel de una vidriera de espacios reciclados. Un mismo colorismo. Decía Isabel Ese fovismo que te ataca con toda su rabia. Y que en lo más inhóspito deposita la presencia muda. No la quiero entender. También rechazo la idea de Bach en el vaivén del motor según la luz sobre Rutherford hace un giro hacia los naranjas sin naranjales y los almacenes se asoman (felinos) en el herbazal. Pongo a un lado las estadísticas de los gansos. Se levantan en docenas por culpa de la última marea alta en los pantanos. Y mientras cortamos el aire, la putrefacción se cuela por todos lados. Ese huevo nuestro de cada día que se rompe cuando pasamos. Y ahora, no tengo idea como parar de sudar. Es una realidad. Tengo miedo no saber bajarme de este aparato. Me llena los pulmones La Parálisis.

viernes, 3 de febrero de 2012

Wislawa Szymborska (Reposada humareda)



2 de febrero y el 2012

La velocidad de estos días se confunde con una línea de pérdidas y conciertos donde apenas hay tiempo para abrir verdaderamente los ojos. Wislawa. Unos ojos con la piel tan sensible como la flor que se atreve a llamarnos la atención. Quizás por su breve valentía más que por su belleza. Y. O. El atrevimiento con que se balancea en el tallo de lo abismal. 

Alguna vez pasé las manos por algunas (de sus) palabras para después meter el cuerpo. Me encadenaron por días. Me descentraron la incertidumbre. Me encontré con la mujer de reposada humareda. Szymborska. Le puso un falsete a la mañana que aparece con el nubarrón del absurdo frente a mi colchón. Le añadió descanso al desayuno que, con sus olores, frustra la capacidad de la nostalgia bajo el peso de su vejez. Y cuando a la vista duele lo mínimo de la tarde en la espuma de la cerveza, en las llamadas de los hijos, un andamio de oscuras posibilidades me abrió una brecha hasta la risa. O.Y. Simplemente me reconectó a la sangre que engendra a la verruga del odio y nos brota con su mordida, a las fronteras de los objetos, a los amores y turbulencias, a la miopía de la vida misma. 

Diluído me sentí, una mañana camino a Frankfurt, con un poemario abierto en las páginas 38-39, por uno de sus tantos aciertos. Qué diferencia donde se le canta a lo humano y aparece un toque de risa torcida.  Le traspasó tantas veces el alfiler a esas cosas del dolor y la indiferencia (al escondite) que logró colgarlos ante su ridículo. Y.O. Para que ese cuerpo de nuestras pestes nos hiciera recapacitar. 

Hoy, sin embargo, por detrás de las lecturas, me queda el ansia, el haberle dicho algo que nos hubiera enemistado, sobre el puente de lo inmóvil, donde el ser es intocable y efímero.

jueves, 2 de febrero de 2012

Marmotas de febrero

Groundhog day  y Andrew Wyeth

2 de febrero y el 2012
Solo respondo al blanco puñetero de las glándulas. No me segregan otra cosa que algunos nombres. A tientas, hace rato, la pared amarilla se funde con su anzuelo pacífico. La dureza no necesita nombrar. La estructura innegable, rústica, donde apenas las cosas se depositan, repugna. Rechazo. Es lo que me embarga. Una cantidad de noes y sies melcochados, clavados por doquier. Y esta temperatura borracha de febrero. Este ardor que hace que los cuerpos se expandan y tengan un sudor con denominación de desconcierto. Es simple, no atino a ponerle rabo ni voz a lo que busco. Se insinúa, en las puntas de los gladiolos enrojecidos, una avalancha de presencia muda. Vuelvo el hombro. Y, detrás del patio de la escuela, se me levanta la (otra) sospecha en la magnolia florecida. Las cosas no son tan aparentes, muchacho. Le ha brotado una sombra de rosados y blancos por donde juguetean dos marmotas. Trago en seco la ausencia de la saliva. Como si todo yo me encogiera de camino a las tripas.