viernes, 28 de noviembre de 2014

Marranas 51




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La vacuidad. La vaca. La bocanada de humo. El fuego apagado de una mirada. Los ojos cuando dos alternativas dejan de ser un pensamiento y entras en el olvido del otro con un rabo que mueves de un lado a otro en un potrero cercado.


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El estertor. El perdido. Las cosas dos veces perdidas en el imposible encontrar de su misma palabra. El diccionario aquel de la dicción. Preferiblemente un conjunto de frotaciones, unas ramas selacias contra el lomo de esa bestia desnucada que yace hundiéndose en un pantano.

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Congratulaciones. El traqueteo. Suena el cuello cuando cede. Y los excesos se van confundiendo en cómo se recrea un hombre al pasear por una plaza buscando qué decirse. Qué internalizar. Y pasa una mujer arrastrando un perro a quien llama Geórgica.

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El pellizco. Y no los riscos, calle abajo, en las secularidades. Los reglamentos y las pretensiones de los hombre al margen de la ley. Lo demás sufre una conjugación de anacoretas y tetraciclinas. Una verdadera conjugación para pretender entender los principios del siglo.

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El yoyo. El yo. Y. O. La cuerda oye el runrún, corta el aire. El pulmón desafiado. La cara con todo un enfado cruza y no se mete para nada con ese filo. Jamás toca ni en el cuchillo mejor forjado. Parece en esa condición no tocar ni lo uno ni lo otro. En caso de una perversión freudiana.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Cenicienta



Chiswick House


Moscas. Roncadoras. Le dan con disimulo, las vueltas, acritud de falsos pétalos instalados al lado de cada oreja. Verde limón. ¿Naranjo en flor? Lago fragante, baja los peldaños y se acercan todos, la tía, el tío, y la cotorra, dos pasos a la izquierda, y su nombre cuatro sílabas con erre y cigarro. Encendido en la sala de padre que lo ha visto todo sin urgencias. Su pedazo de ventana, alfeizar, malanguitas recién regadas sudando como si en Tailandia hubiera un agujero en una pantalla por donde se aroma con luz y que sabe dios qué carajo se le enreda en corpiños cuando se inclina y lo besa, cerca de esa mazorca en su oreja que debería haberse afeitado, pelambre de mal gusto. Y hasta la puerta, descanto, la apuesta al encaje de Chiswick ondulante, las perlas, las esclavas en la muñeca, izquierda por razón de suerte, deja atrás los azabaches y manitos orando. Y el bucle sobre el hombro su significado entrega, hasta que no ponga el pie en el corredor nada sucederá. Aquello se desvanecería antes de empezar. El viento rastrea con el pasar del primer Impala y queda la duda cuál color tenía. Nadie se enterará si desde adentro escuchan los tacones alejarse entre los alarmantes chillidos de la cotorra.

martes, 25 de noviembre de 2014

Granja de cuerpos (el muslo)


Kobayashi Eitaku (1843-1890)

Da filo ese muslo a una cuchillada excepto que entumido yace- moscas, pertinaces- y también mis respuestas y el búcaro de centrosemas. Tensión su kimono shiromoku, blancuras, desatado obijime. Prosigue, lo demás, el regurgite hasta la lengua impostarse de aquella flor nadadora en los estanques franceses y una gordita aguantando la toalla del desnudo. Y cuando cae del gusano la seda, el telón del desierto por el hueso y sus cavernas, invade un cadáver que daría gusto acariciar. Me traigo paleta, brocha y caballete a la cena esta noche con los invitados de siempre a catar prudencia por distancia, y calculo aliviado, pues aquí ingresa, apertura, desvalijo, con bujías en las niñas, echando chispas por los pelitos rubios, el desenrollo encubierto, y solo de pensarlo trastocan navideños cascabeles los berocos y el muslo descompuesto.   

viernes, 21 de noviembre de 2014

Severos acúfenos

Severo Sarduy

Hay algo que viene a hablarme con esto de mis manos socapadas con sogas y  tarecos que, por cierto, es la misma cúspide de un poema requemado por Sarduy, en rojo y púrpura, y sin circulación, y ha estrangulado y vegeta en un estado de maravilla. A eso me refiero. A ese largo tramo que requiere pleitesía y se diluye en un acto de encanto- se frunce uno y aparece lo aparecido, las láminas salivares de la duda. El contorno. A eso también. A la sorpresa al tomar por desvío un momento cuando he pensado que ya basta estar vivo y lo demás se pronuncia innecesario. Entonces. Al oído, donde acúfenos secretean en la rama, los cardenales asedian el cuerpo de las moras en el preciso instante del caer.  

jueves, 20 de noviembre de 2014

Tortilla de la ulcerada



Francisco de Zurbaran

Desde que ulcerada le sobra amargura me viene estirando propuesta y prepucio la carga alimenticia de dos días que inseminó el hábito hinchado de mi próstata. La rompe guebos estrella displicente contra el filo del tazón y allí en lascivias y enflojecidas liquideces, transparencias y amarillo, para una tortilla me condena desde la negrura del sartén. Orégano por organillo, no, no le sale ni el mínimo Bach al batir. Yo, acostumbrado a sus silencios. Escapa de costado, por el diente que le falta, un silbido garraspado que arderá en cualquier momento entre panes pintados adrede en la mesa, aquí, donde yace el canasto con Zurbarán dentro.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Cuando dije CHINGAR por vez primera


Kitagawa Utamaro

Cuando dije CHINGAR por vez primera algo se movió sobre la mesa de casa. Puede que entrar no lo haya visto hasta que cayó. Y. O. Cayera. Del jarrón donde el agua enfriaba una única y gordísima gota para un mosaico del comedor. No supe bien si fue un viento hecho de polvo grueso que nace igual que una mujer frotada en una lámpara o si mi madre olvidó correr algo, un vestido, los hilares, apagar las luces, para que no hubiera chance alguno cuando en infinitivo y en alto tenor saliera aquello, redondo y  sonoro, por los aires del más profundo deseo. Después. La ruina (misma) de no saber quién pudo haber tenido la culpa. Busqué en el pequeño Larousse el aturdido subjuntivo de roer.

martes, 18 de noviembre de 2014

Shunga

Kitagawa Utamaro

Móviles y hábiles, laminaria japónica, operantes son las carnes (lazos). Dentro, kakitama-jiru, huevo pisado, y yema incluída la lengua. Calma, digo al deterioro, el alga (esa mar), cuadrados de elogios, al lado desenvainado o aquellos colmillos que evadieron los nervios, la encía y el terrible hueso blanco al separarse la carne. ¿Me sirve de proel y garrocha como desnudez de un pie deforme ante mis tristes manos. Se afirma con cinco dedos en este incompleto bocado el vocablo? A fe de qué. Me arrimo al vaivén de esta mayoritaria algarabía donde pende el corazón de tanto, aromas con sus inútiles bucles al fardo de los glúteos como una mujer inclinada secándole el pene a un niño. Descienden al menos, aji-no-moto, los pliegues umami al frenesí del wok, mientras espero el arroz.  

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Esmalte


Lesende, Gerhard Richter (1994)

Cuál metálica voz de ano sucio me invade hoy. Otra vez. Su cuerpo efesio y sus ramas llenas de versículos. Hasta aquí, no, hasta cuándo este mismo esmalte en su colmillo, este mismo estado en las palabras que se funden y no regresan sino en un vaguísimo estado del permeado, lapsos encima de otro, sin más que, otra vez, el rostro que me hunde cada mañana. Y es al rato cuando me huelo las manos y este estiércol hasta al agua corre en su iluminación. No es hasta entonces que corre por su camino, por la costra misma de este perendengue (intestino) que se mima con los vinos y mantiene su opinión mientras las moras dejan de crecer en el misterio sus noches. Creo, y a ello me encimo, que a penas rasgue esta ventolera y papeles, volverá (voz) la misma insistencia de lo que no perdona, la mano de Ka cada vez más cerca del rostro de consciente muerte cuando le escucho dentro de mí alejarse por un pasillo de una biblioteca.

lunes, 10 de noviembre de 2014

El cuarto

Philip Roth

Saul Bellow
Edgar Allan Poe


Fernando Pessoa
Wallace Stevens


Esta noche de trucos, la lluvia, sin encanto, arrimo el ala aguada de un ser echado a su último encuentro con él mismo. Me encaramo por los libros, bajo las voces que temo. Las voces han sido en este cuarto interna vigía al lado de las revistas Crono, el ser de Roth, y una veintena, entre ellos el rostro (Saúl Bellow) que voy perdiendo de mí, inapelable, según envejecen mis padres, según afuera alguna gota rompe contra los metales de las cercas y regresa a ser, por fin, invasión, el flujo de lo incomprensiblemente injusto. Y pauto, cerca, para forjar un temple de una razón que me traiga mañana este mismo sentido entre lomos y polvo. Anoche, no supe la hora cuando Isabel llegó y postrose a mi lado con el rostro, me lo imagino, aferrado a esta memoria de quién he sido, y olvidar así, tan fácil, tal vez -es un gran defecto suyo- aquella conversación con Pessoa, y cómo en dos volúmenes la lluvia filtra, discurre papilas y anagramas, y reguarda las talabarterías que fueron envoltura para no olvidar. Ahora, qué se olvida. Qué hago con estos ratos perdiéndose. Qué hago reuniendo chingaderas y dejando a la tortuga, Brutus, dormida debajo del diván en lo que hojeo sin más el bulto que dejó Wallace Stevens dentro de mi chaqueta de cuero, allá en Paris, aquí debajo, en un insulto donde mis palabras se adentran en el mismo témpano que me persigue desde que leyera a Poe en una cálida noche a los doce años en Santiago de Cuba. Mis camisas, por lo demás, para esta semana están ahí, a mi lado, colgadas contra la puerta del cuarto, y en ellas espera algo parecido a mi cuerpo para llevar a cabo (con cierto estilo de hombre) la misión.