viernes, 29 de marzo de 2019

La casa de Antonio Machado en Segovia

Leonor Izquierdo y Antonio Machado


Una parra y la pared, cuadrículas, el piso recuerdo, y entrar es una misma cosa. Lo opaco conserva los contornos y, sobre la pauta, los muebles saben ordenar en incierto arreglo lo que fue cotidiano. Uno piensa en Machado y la ligereza de un verso exacto colapsa en el momento. O. El maestro de espaldas cruza. A la derecha, la cocina. El ojo verde de la ventana. Parte de un monte, parte de esa Segovia del eco. Y la mesa, más flaca que un caldo bajo el pienso de esa luz -ni centro ni esquinero- un gesto de pobreza. Y la alcoba. El lecho. Una miniatura del acto teatral del sueño: un escalón y se llega de la mano de un paseo -altos ya los chopos agitados- y Él espera que Ella le demande este espacio donde los turistas, fantasmas sin indultos, escriben (vaya desfachatez) sus nombres en un libro de visitas.

miércoles, 27 de marzo de 2019

A la Luis XIV

Luis XIV, Hyacinthe Rigaud (1701)
Este continente Yo. Sobrehueso. Carrilleras y ojales, zurcidos los flancos con incrustados de guipur. Oceánico por cadencias (a medio cubo boca arriba los vacíos) doy festines de aquí al acullá sazonado por el envés. En fin, esta piel se engurruña en Union Station y no desea otro antojo que no sea biscotin a la Luis XIV, y vino de Alicante.

martes, 26 de marzo de 2019

Beber una Coca-Cola contigo a la Frank O’Hara

Frank O'Hara


es aun más divertido que ir a San Sebastián, Irún, Hendaye, Biarritz, Bayonne o cruzar El Verrazano con el hígado abierto y salpicado por ese morrón que se distancia sobre Manhattan, porque a mi lado vuelves, tu selfi, la cabellera morada, el rumbo justo, tus pechos que dicen MADE IN CHINA o ESA la porcelana confundida con un plato portugués o la esquina que saliva mientras se levantan sahumadas proteínas, sospechas y Poland Spring, derrames y bacterias, todas, conjunto vital en las narices; y así, a las puertas del misterio “preferiría mirarte” entrar con tus tacones a la altura de los relojes y pasar, una vez más, frente al paraguas que trajo Francis Bacon para que, en él, escondieras las dichosas carnes -carrilleras y panza- bajo el congelado de los rojos que en su capilla Rothko detuvo en forma de ola alrededor de tu cintura.

lunes, 25 de marzo de 2019

En Greenville



Michelle Jardines

En Greenville, pinta mi hija la pérdida cuando me asomé, uno de tantos intentos al borde de la noche, y fluía Hermes entre los fósforos de su Madre.  

En Greenville, busca en la matemática azul, por encima de los naranjas, traer a ras las aguas procesadas, por ejemplo, las de Toledo, y un tanto, creo, el asunto que en ella está detenido desde aquella noche cuando en mi entraña llovía.

Y una vez (abril era) fui a Greenville. La escuché en el jardín de su casa, hacia el fondo del patio (cargado de azaleas blancas y rosadas) decir que entre sus ramas se escondían sus hijos y que en un trampolín practicaban cómo volver a encontrarse con las nubes.

En Greenville, en algunos depósitos de basura reciclable, aparecen plasmadas varias de sus pinturas. Una en particular es un parto, el almacenamiento, que por debajo del blanco revienta, y regresa a cualquier paisaje. O. El trayecto, recurrente.