Michelle Jardines |
En Greenville, pinta mi hija la pérdida cuando me asomé, uno de tantos intentos al borde de la noche, y fluía Hermes entre los fósforos de su Madre.
En Greenville, busca en la matemática azul, por encima de los naranjas, traer a ras las aguas procesadas, por ejemplo, las de Toledo, y un tanto, creo, el asunto que en ella está detenido desde aquella noche cuando en mi entraña llovía.
Y una vez (abril era) fui a Greenville. La escuché en el jardín de su casa, hacia el fondo del patio (cargado de azaleas blancas y rosadas) decir que entre sus ramas se escondían sus hijos y que en un trampolín practicaban cómo volver a encontrarse con las nubes.
En Greenville, en algunos depósitos de basura reciclable, aparecen plasmadas varias de sus pinturas. Una en particular es un parto, el almacenamiento, que por debajo del blanco revienta, y regresa a cualquier paisaje. O. El trayecto, recurrente.
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