26 de septiembre y el 2011
El ipod. El viaje y el ocio. Me acomodo en un asiento. Frente a mí, la maleta (Bi-Boss), la vidriera de la terminal que se abre como un televisor monótono. La luz continúa golpeándolo todo. Se siente, por momentos, la vibración de los jets que despegan. Puerta 33. Escucho. Las mismas 1058 canciones se repiten al azar en este aparato. Desde hace unos meses han comenzado a borrarme la anatomía de las imágenes. Algunas de esas piezas, que creaban en mí un recogimiento especial, ahora vagan por mi cabeza sin atención ninguna.
Aparece en el asiento a mi derecha una chica rubia que pretende leer. En ella, recupero algunas notas de un bolero según va moviendo el pie (derecho) al ritmo de su ipod, y que, sin que ella lo percate, compite con el mío. Tiene los dedos de los pies pintados de rojo cundeamor. Es un pie que me gusta. El pie se mueve, más que con ritmo, con una velocidad nerviosa y espontanea, como si espantara moscas. Quisiera que lo dejara tranquilo para verle mejor. Espero. El pie izquierdo no me interesa. Apoyado en el piso, y ligeramente curveado hacia adentro, no se deja apreciar. Espero (Paco Ibáñez). Espero (Los Matamoros). Y cuando el trío está por terminar (un son que no recuerdo el título), por fin, para de moverlo. ¿Habrá cambiado la canción? Un precioso pie femenino. Y. O. ¿Qué harías con sus pies? ¿Caminar con ellos? ¿Caminar por ellos? ¿Besarlos? ¿Ponerlos en una cajita de cristal? ¿Embalsamarlos? ¿? ¿Decirle que te gustan sus pies? ¿Y si ella te pide que le enseñes los tuyos primero? ¿Cómo va aquel bolero que habla de las azucenas?
¡Ana!!! ¡Ana Mendieta!!! Cojones, por fin me recuerdo. La tenía en la cisterna del olvido. Le mando un texto a mi hermano. ¿Te recuerdas de la conversación del domingo? ANA MENDIETA. Carajo. Nos ponemos viejos.
Mi hermano no me contesta. Fue en la sala de su casa. Tres botellas de Muga Reserva. ¿Qué será de la vida de Álvaro Mutis? Especulé. Todo había empezado por la creación del Martini perfecto y la obsesión de Luis Buñuel. Con Buñuel se abrió una brecha por las tomas de aquellas nubes (perfectas) del cinematógrafo Gabriel Figueroa. Y todavía tengo un poco de duda de cómo saltamos todas aquellas nubes del gol de Jorge Burruchaga a la perfección del arroz con pollo del restaurante de Los Reyes (Union City) en 1986. Y le siguió la importancia de desangrar a los animales. Lo dijo como si le preocupara. ¿Te recuerdas (le dije) del método que Abuela usaba? Me juró que no. Afilar el cuchillo en piedra pómez. El certero corte de la cabeza. Y para controlar el pataleo de la gallina hacía una cruz y la depositaba en el mismo medio. De allí no se movía. Esa parte no me la creyó. Ni tampoco lo que hizo Ana Mendieta en Paris. Pero su nombre se esfumó. La etílica es selectiva. Y por mucho que intenté solo me llegó su imagen desnuda contra una pared, y la gallina, blanca y decapitada, chapoteándole sangre mientras la sujetaba por las patas.
El pie de la chica vuelve a su ritmo nervioso. Apago a Clifford Brown. Me levanto y arrastro la Bi-Boss hasta otro asiento.
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