26 de septiembre y el 2011
Brooklyn lager. El bar tiene luces directamente sobre el bar. El calor es insoportable. La cerveza se me calienta. La empleada me mira aburrida cuando le pago. Tiene los ojos de la India y los labios de cundeamor. Las uñas color cereza. La piel de caimito. Se llama Sheena. Cuando miro hacia afuera, lejos, allá donde se levanta un avión, el bar se me oscurece.
Arrastro la maleta hasta un quiosco turista. No sé cómo pero cometo un crimen. Le compro a mi hija un llavero. Allí su nombre se ilumina intermitente. Un semáforo. Por la eternidad. ¿Recordará, cada vez que vea su nombre iluminarse, que su padre está pensando en ella? La nausea me vuelve. ¿Qué mierda estoy haciendo? Un llavero. Un artilugio solar. No necesita baterías. Patent pending. Todo lo especifica, en inglés y en una de las lenguas chinas, por tan solo seis dólares. Me aguanto la risa para no vomitar sobre mí mismo.
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