7 de junio del 2011
La sombra, una mancha calibrada, en un continuo embrollo, sustituye a las sombras. Un solo cuerpo de escurísimos cabellos. Despegue. Un roce parece, contra el gris, ponerle en la espalda a la pareja una habitación, una carga sobre el escondite, la fe que los mueve. Y si no fuera por esa ligera brisa que levantó, por detrás de la fuente, juraría que a ella la empuja otra cosa. La incertidumbre. Los lazos del brazo que casi la arrastra. Sospecharía. Y si no fuese porque de soslayo me ha mirado, hubiera puesto a otra en su lugar. Hubiera cambiado la tarde por dos minutos más tarde. Lo hubiera dejado a él con el cigarro apagado y una mano en el bolsillo izquierdo. Para escucharla (pasar). El crujir de la grava debajo de sus pisadas. Y un momento más tarde, cuando he pensado en lo que resultaría si me levantara y los siguiera, he vuelto la vista (distraído). Me he cansado de mirarlos estos años. Dos minutos. Después. Me vuelvo a prometer que regresaré a Luxemburgo. Digo. A los jardines.
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