La cebolla pasada en la sartén, su llanto y contenidas compuertas, un rollo
de infernales aceites exude, al olivo envidia su temblor en seco, las
orquestadas cigarras al quemar el mediodía, y la paciencia de los verdes con el
gris del tronco en pauta, tránsito de antaño, raíces ávidas en la tierra, y tal
vez, por presumir, no entienda que su brevedad no es requisito ni cura si
encarama el pan de la hambruna, que coronas de delicias disuelven su aromática
muerte sin que a nadie le importe un bledo, ya que lo de importar tiene escaso
tarugo en el descolgar la aldaba de la puerta de la vecina y saber cómo subir
por sus enaguas, y al arribar entrar, sin premura, al estrecho campo de fatales
anafres.
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