Three studies of figures at the base of a crucifixion (1944) Francis Bacon |
Se me gastan las crucifixiones y Francis Bacon. Trozo a trozo los he ido
asando en la parrilla de La Parálisis. La secuencia de evasiones en semanas
gélidas, fiestas de cumpleaños, aniversarios y lecturas, la terrible y contundente
posibilidad de quedarme aquí adentro, han mermado esos kilos de trémulos músculos
rojos. Confieso el despilfarro. Utilizadas las cavernas de los huesos, hasta la
blandura sexual de sus tuétanos, y, en noches irresponsables, pasea el éxtasis por
la figura del desgarre, danza del intenso olor de las carnes. Tanto efluvio escapando
de este apartamento me sigue buscando más de un problema con los vecinos. Hay
días que un traqueteo de voces ruge por los pasillos, a veces, amontonadas,
suenan con la insistencia de ávidos tábanos fosforescentes. Algunos me tocan la
puerta o la patean. Otras veces, a gritos, la señora del apartamento 2 me
demanda que baje el nivel de tortura y que no joda más. Que ha escuchado ya toda
su colección de Bach. El del 6, con su ronquera, confiesa que han tirado
pintura amarilla en las paredes para persuadir las fragancias y sus
alteraciones, y que en las paredes, las manadas levantan el polvo de las sabanas
como ventiladores de un espacio para curtirse en la vastedad. Y el del 9, a patadas,
exige contra mi puerta, que deje a los toros tranquilos, que merecen pastar
hasta que un rayo los parta. Hijo de puta, condena. Mis vecinos son así.
Sensitivos y un poco estridentes. Y yo no sé qué hacer para homenajear a los
últimos gramos de este fin que queda en mis manos. Anoche me pareció que debería, en son de los monjes tibetanos, bajo el cielo de intensas navajas
azules, tirar los restos a la intemperie. Descuartizar un poco más. Y esperar a
los buitres que con calma o desespero devoren el último trazo de la paleta
de Francis Bacon. Ya sé. Aquí no hay buitres. A escondidas de los vecinos voy a
ofrecer, bajo el moral del patio del edificio, los últimos restos que quedan.
Rafaela, la gata, tiene crías. La he visto merodear hambrienta con dos pequeñuelos
pardos y uno tan negro como un paraguas.
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