Alfred Hitchcock |
1
El espantapájaros. Hojea. El cuello
irreconocible y la suma de los libros traspasados por una estaca
neutra en su ano. Señala con el brazo tieso a finisterre, a los naufragios portugueses, a las lecturas de (Pessoa), a la mirada de (Hitchcock), pistas de personajes (ya arrugados),
capítulo tras capítulo, y, con el mismo gesto, esta noche pide en el bar conmigo.
2
Siluetas. De punta a punta en la caoba,
el brillo del bar, endebles cabezas, la avena casi diciendo, una cámara en
lento arrojo buscándome por encima de las banquetas. Una lectura tras otra en una
biblioteca ambulante. Personajes de un espejo de sirope.
3
Asunto de física y etílicas, el espantapájaros su posición cambia, su cabeza se despilfarra o se
amolda. Su silueta en una lista de descripciones de una clase de anatomía
(rodillas, tendones, cóndilos) en busca de un movimiento en las blancas de
Capablanca. Ni siquiera rosa de los temores. Simplemente está, ahí, sin codos, listo en
una pauta, metido en la querencia redonda de las palabras.
4
Apunto. Acaricio la sospecha que dentro
de un minuto habrá mercado para un personaje olvidado, sin propiedad, vuelto a
vender (traficado) como vino. Y pido dos. Uno tinto y uno (Rueda) blanco como
los limones. Y resbalo. Premura de los ácidos en un diálogo enclenque.
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