Charles Bukowski |
(Después de los títulos)
La joroba lunar. Las fundas de los
ataúdes, singulares azules desgastados, rozan rostros con ternura. ¿Terciopelo? El verbo pasa. Y las vascas erres de los
vampiros en las terminaciones de los poliésteres, con ese hedor que les da
miedo, hacen temblar a los grandes amores que hubiera un Bukowski asegurado con
su tos de alto Epicuro.
(Escena # 57)
…y acaba callándose, al fin. Erase que
era adivinanzas y tesones, el chupa sal, el génesis en un primer capítulo al roce de las primeras algas
cuando vagaba el verbo en busca de sus conyugues. Y el nombrar de las aguas tenía
turno mucho antes que la mirada. (Aquí la mirada de Paco Rabanne).
(Escena sin música)
Los Romeos hidrópicos (que) no se
atrevieron, por amor, a desertar. Fueron de infelices bares a mosqueados trozos
de carnes (inermes) a pasarles la mano a las gamuzas de las putas. Se les puede
ver, debajo de sus brazos, igual que se dobla el New York Times, algunos poemas
de Lezama Lima al borde del más verde de los verdes que pujó la picea glauca un
día de lluvia en el decimocuarto del diluvio.
(Casi al final)
Como gordos grafos están en los kioscos
enterrados, en las revistas de ventas de autos, el descaro, la circularidad
numérica de la cábala, los augurios de un mundo vertido con sus olores al
margen de la podredumbre, y (nuestro héroe) hojea con desconcierto como si
entrara en los aposentos de dioses aburridos y se encontrara un objeto de
confección (innombrable esplendor) en los espacios negativos. La noche cae. Se
da la vuelta (contrariado), los ojos dilatados, a punto de pensar algo que de
verdad lo conmueva, y busca unas monedas en el fondo del bolsillo del pantalón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario