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Un poema afilado en la retama de los tintoreros. Para quien se lamenta que no le
avisaron que escribir es la profesión más peligrosa de esta tierra.
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No se atrevió con Kafka, pero cuando abrió la puerta Kozer, allá faisanes
despavoridos, entre las piernas, al corral de hielo seco, se dijo: aquí sopa y
tripas, hay que sentarse a comer de esto tieso.
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Si fuera Kierkegaard, al lado de la mariposa contemplada en un billete de
100 euros, su figura, quien le paga a una jovencísima furcia de Bangkok,
tendría mejor conversión o 15 minutos más por el culo.
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De allende flámulas (lilas) cuando a sus espaldas se quitó los poliésteres.
Y, en sus reversos, los colocó, uno a uno, sobre la cama sin que todavía le
pagara. Ni le pegara.
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La jauría de pechitos que el verano acrecentó hasta la redondez de
esplendorosas hortensias. Domina la dirección del viento. Levanta esa osa menor
de una cuna. Como los cuentos olvidados de la niñez. El muy descarado.
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