miércoles, 29 de agosto de 2018

Teratología

 
Frau auf Sofa (1967) Gerhard Richter


 Isabel se pone un vestido de franjas anaranjadas, sin mangas. Y un poco más tarde, frente a la ventana que acaban de arreglar, se transforma en una gata. Se encoje en el sillón y hacia el vidrio. Y con las orejas atentas, observa a las ardillas retozar sobre las ramas secas del moral desgajado como si en cualquier momento pudiera librar la distancia del patio en un increíble salto. 

Antes de Isabel interrumpirme la lectura, se asoma La Parálisis. El encuentro del viaje y la latitud de las imágenes se esfuman. Y también, la creación de la grieta por donde se asoman los momentos entre sus arquitecturas, y el fluir cuando la gente en sus paralelos se cruza. Las casas victorianas de Cape May regresan bajo sus frondas, y el incierto rumor de sus ventas, los pasillos decorados con espejos y tributarias flores de florentinos plásticos; aparecen trozos incompletos, paredes descoloridas a pesar de una abundancia de pigmentos, a pesar de los excesos de las sombrillas agitadas por el viento en las playas.

Desde el sillón, Isabel, antes de maullar, se queja de claustrofobia. Intento conversar sobre el mapa aéreo de los grandes ríos. Que al desembocar se convierten en una fruta azul como las ondas del Wi-Fi. Y que el agua es una raíz, un mapa hacia al averno donde el meollo es un tipo de síndrome bancable. Y, sin embargo, me pide un dólar. Necesita salir a tomarse un café.

Aprovecho el silencio. Sigo la lectura. Me atrabanco en lo deforme. ¿Teratología? Desde aquí hasta el refrigerador, dentro de este frasco floto conmigo, despacho la primera cerveza del día. Y cuando regreso a la lectura, el llavín de la puerta. El cuerpo de Isabel se desliza de vuelta por la ranura de la puerta. Y una vez completada la entrada, se enrosca en el cojín del sofá donde tiene una amplia colección de sombreros de cumpleaños- cónicos, rojos y amarillos, añiles, verdes tercos, confetis brillantes, plumas de gallinas lilas. Alineados contra la pared, cabezas imaginarias, en espera de un cumpleaños, suman 14.  

Isabel cierra los ojos y se duerme sobre un libro. Y queda en la miniatura de este espacio el leve ronquido que le devuelve su forma. Prefiero regresar a la lectura. Y descubro que, en el latido, la sangre se riega transparente, y en busca de sentido se parece al moco gelatinoso. 

martes, 21 de agosto de 2018

¿Será que V. S. Naipaul ha muerto?


V. S. Naipaul (1980)

Entre los plátanos de Bryan Park, de golpe, las biznagas malagueñas. Coronas, al deshacerse, orzuelos y nepentes, muslos, pasan en la jornada del verano. 

El calor es otrora punta en este cuadrilátero. Arma un andamio. Embarca la cavidad, amplifica sobre las mesas y sus sillas el pasto de este parque. La única conversación por sus anexos da varias vueltas, y antes de llegar, 

El sol penetra las cinturas. Y. Los cuerpos, única tapia, son el cuarteado óleo de cada gesto que reguarda la indumentaria y se examina en su política y los gorriones. 

¿Será que V. S. Naipaul ha muerto?

Algunos turistas aparentan repicar en los paseos el ruido de las rocallas. Otros, cargan lo sápido de las compras, el blues dedicado a un cabeceo interior. Y con ello, la inatendible búsqueda del YO. Mientras la mayoría, mucho más lejos, en las pantallas de sus teléfonos, encuentran el plasma del revés. O. La verdadera historia,

Perhaps, donde el viaje se entiende cuando un grupo de filipinos se refugia bajo la sombra de la pared norte de la biblioteca de Nueva York para sacarse un selfi.