Retrato de Andre Darain, Balthus (1936) |
Ya no creo, Bien,
sacarte de paseo y mirarte el soslayo de tu última pirueta. Cuando la saco antes
que a ti, se pone los estiletes que compró en el baratillo y sé que no lo hace
para chingarme. Y los vecinos, todos, incluyendo al carnicero, 77, sus pantorrillas imaginamos en delicada
sopa. El vapor sobre nuestros ojos, acuoso el moquero andando y de retina a neuronas,
andando -retroceden las hambres- lejana memoria en la cuchara, a una puerta
donde llegamos sin venirnos. Así, calladitos, de vuelta, Bien, prefiero a las vidrieras
llegar para en ellas mirarnos en algún antojo. Ella se mirará de arriba abajo,
hasta los tacones, como si quisiera amarse ahí mismito con su doble y producir
alguna intensidad parabólica. Yo seré el transparente de siempre. (Y) apunto, si
lo ves mejor, el familiar etcétera de sus panes de cada día, las cosas que
tolero: el total silencio en las cenas, sus ronquidos de Paxil, cuando orina
con la puerta abierta, su aliento de chicle: a condición que nuestros cuerpos,
Bien, apliquen el debido aflojo en este mundo de guerras y nos ate un acto
benefactor.
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