jueves, 25 de septiembre de 2014

Látex



Dentro de lo suyo, el látex. Aceitadas sus penínsulas, como marañones, su acidez aprieta. La floja sepia puesta de nada vale. De nada vale que apriete. Y tampoco. El olor a caimán, al regreso de los reyes magos, los ojos desorbitados sobre las muñecas- decapitadas, parapléjicas- a montones en el rincón. O. Y. El fondo de los baúles. Una orbita de algunas líneas se entretejen, cuántas veces, con la manufacturada caricia de una mano, un piececillo que en su camino atrapa, en el estambre, la admiración de una madre. Algo allí nace. Huye. De sus propios químicos crece su fijación cracitante, el retoque de los labios en el neceser –aromas, creyón, carmín- igual que un cuello de una pareja de gansos que entrelaza por vida la búsqueda en la asfixia. Algo así, que tanto imita, requiere morir con un cuerpo.

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