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A tiempo. O. Sin tiempo. Agarres y desquites. La línea substrae la
próxima línea. La palabra sin ser pronunciada pasa con sus pitones
encapuchados.
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Una diestra y se alumbra la humedad de los kiwis. También una mañana. La
repetición de la araña que también colgó su ilusión en el interior de las
semillas.
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Y la fruta. Y la inclinación de la luz repechada. Y sus idólatras pasan en
la verija el dedo para oler luego a ese venado que corre asustado en la
mirilla.
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Pone su pierna sobre el ángel ácido de su espalda. Tuerce su talón para
creer ciegamente en el redimir aquel que no se va si lo abracas antes del
último orgasmo. Entonces.
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Después de una península nada queda. La curva al fin. Filo que abre en dos
la fragancia de las papayas.
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