Paul Celan |
Ultima
ronda
Me supera. Un sudor se abre entre la tira de la carne
y su hueso malbec. Un cojón medio frío y remendado, a la fuerza, conteniéndome
el aliento. Por si acaso, aflojo un gas trabado en el costillar, pesebre, a
punta de lanza, vaya expolio, el hijo de puta, en su órbita saturnina hasta la
blancura del inodoro. Dónde está mi esfuerzo. Cuál poema no regresa.
1
Alza, esa nuestra imagen, dos copas en la noche. Vómitos
y cagados de risas. En algún sitio de esta noche que ha sido una siempre desde
que abrimos el poema aquel de Celan sobre la palabra discada en las fronteras
del espacio. Palabra y negativo. Una comelata de hienas subiendo con sus
fósforos a la lengua. Qué decíamos. Hijo de puta. ¿Te acuerdas de la Sulamita?
2
Una tonada de Miguelito Matamoros. El guitarrón se fue
expandiendo. Rodaba. Se le montó el rubor mariposeado, su curva, tensión de
monja, como Balenciaga, linear y limpio. Cómo decirlo. Un Bach en una
hamburguesa con queso americano y cachú frío por dentro del tabaco. Pureza
sobre lo que rasga el infinito, aquellos labios.
3
Del perol al ajiaco hartazgo y la quinta y la sextina y
una estilográfica (vaginal) de negra tinta, india, en el espumero. Una playa,
si alguna vez, la que no pintó el chino aquel, siglo III, dinastía tal, con su
pincel perfecto sobre papel tensado. Fueron momentos parecidos hasta la primera
producción de papel higiénico ya en otra dinastía y otros culos.
4
Queda la cuestión de un verde capucha. Un asco cerca de
un puñado de acelgas en baño de María. Busco en la memoria la pintura donde
San Ignacio (cuando) estira la mano, con certidumbre, en busca de un agujero
vegetal. Cómo sería llegar allí. Y lograr meter la mano en esa llaga.
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