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Las suavidades del necrocomio, y los jardines de los suburbios, acompañan a la ausencia de la voz y al chirrido de los frenos cuando a punto están de atropellar a madre e hijo.
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Y duermen los cerezos sin fijarse en esas cosas. Desde las banquetas de los bares las garzas del invierno se ven pasar con sus bufandas.
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Se arrima el estupor. No hay reparos en las sombras que partieron de los cedros.
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Por el lado amniótico de un balut: seguir succionando el féretro.
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Un ataque a las flores del jarrón de febrero. Cuando no tengas nada que decir, dilo. Cuando sea necesario comer, calla. Si mueves la montaña, caga.
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