Desciende por la silla, de patas a blancura, y se desliza al agujero de la tina, su silencio. El agua cae. Dejo por el ánfora descender quien soy, aguas. Aviso tibieza y acaricio, ya mojados, los cabellos. Espanto y doy tiempo a lo que tenga que huir por los lunares de la espalda, debajo de las axilas, entre las nalgas. El jabón alivia ignoradas resistencias, la esponja, dueña de otros fondos, triste escoba en la nieve se busca. ¿Heridas recientes? Resbala la piel. Trago en seco mis ganas de beber y orinar. Hago de varios círculos en la espalda otros menores- insisto igual y cuidadoso- en los pechos y muslos. Volutas y collares en las costillas, finísimas explosiones las burbujas disimulan, se agregan lagrimosas hasta el pubis estancarse. En glaciales derrumbes, uno a uno, me desplazo toalla en mano, tobillos y rodillas, cuello y hombros. No hay quien detenga este momento. Ante el espejo, hacia atrás la cabellera, cansado se abre paso, desde lejos, el rostro de su padre.
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