S. mit Kind (1995), Gerhard Reichter |
Está más ácida
la luz (hoy). Afuera, a la vuelta de la esquina, en el patio de la escuela
donde juegan los niños en el recreo, también hay ese recomer (tinte) debajo de
los ventanales aunque sean ladrillos que se arrimen y levanten una pared hasta
lo alto de un techo y encima del techo bajen, por las tejas, trazos de las
nieves de muchos antes de ayer.
Regreso tope ese
lapso se estrena a los pies- de qué- hecho una batalla- y por ende revoca un
sector con mano de obra por las calles y hasta la puerta de este edificio se
enfrenta y abre un frente sin ni siquiera encontrar un árbol de apoyo en esta
calle y decide que
El preciso
momento, hoy, marzo, quiera aquí o no comparar, en cuanto al mundo, las cosas
son un reflujo que deja inmóvil, el gesto en agraz, para un total deshielo que refuerza
de frialdad a los brotes de las moras (impacientes) y no hay tiempo para esa
frase
“Me apoyaba en
el sueño en lo que se quedaba el mundo”. De contar expansión nadie se restringirá.
Nadie. La lista donde se provoca la depuración no absolverá posición que valga,
y la luz, como las dulzuras, debajo de los azufaifos, seguirá con su banda de
fulgores; una carrera donde se prefiere salir a pensar en la visita, como dice
la canción, sin decir adiós.
La muerte entró
aquí. Subió por las escaleras. Y en la más íntima de las elecciones da juicio
que pasó. Uno queda frente a una masa (contraída) y el hedor fecal, y la
ventana por donde entra el viento desde el patio de la escuela y la lámpara que alumbra, algo inadvertida, dos relojes de pulsera sobre la mesita.
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