Stanley Kunitz (1906-2006) |
Público,
joroba y púlpito sumidos, la desnudez de los noventa y tantos frágiles años, le
extrajeron desde los huesos las averías. La vieja capilla, comejenes en
escuadras devorantes, por un instante hizo paro. Diminutas lentejuelas, el
polvillo, sobre las cabezas allí atentas a su cuello enrojecido. La voz, por
fin, arrancada y violenta, rumor interior de un suiseki, reventó en la tensión
de una antigua bofetada que toma el rostro de una corta tos. Permiso. Dijo.
Levantó la vista. Remató alguna peripecia. Dos o tres quiebros, más abajo, y los ojos
sin sentencia. Cerró los labios. Cerró el libro. Tras un breve eco se estacionó,
en la solapa del desgastado traje azul, el resto de su caspa. Y nos dio la
espalda.
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