Zafose, aquel día, tan pronto quise la tapa de la lata,
digo,
de maíz empacada en Wisconsin. Ella, tumorosa
de tetas, había templado con el índice (sola)
en el lino de Norwich: una forma de puñetazo
mientras retraía la cuchilla suiza del Yo.
Así es. La hora del consumo tiene indescifrables
verdades. Un mes más tarde, se le cayó el pelo
después de un aguacero de creolinas
que del interior le vino, y, al parecer,
conectado a mis culpas y apetitos.
Esta historia es breve. La última vez que la vi
caminaba con un hombre más alto que yo.
Y aparentaban, ambos, haber estado siguiendo
un estricto régimen de carbohidratos.
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