martes, 8 de octubre de 2019

34 poemas, el diecisiete




Detrás de los plátanos, y más distante, hacia la derecha, la única sensación que me separa de la muerte del Titán de Bronce, es una bandada de gorriones que saltan y presumen ser palomas antes de desaparecer entre los arbustos. Dura poco. Y en ello, creo arrimarme a algo inesperado o que se destierra por un olor a detergente, la camisa que fue colgada al sol después de varios enjuagues con jabón de gas. La cuerda de punta a punta. Una punta desde el techo de la cocina. Y la otra que se pierde en la oscuridad de la puerta del excusado. Y es que no hay una puerta en el excusado. Hay un saco de yute colgado. Se aparta y aparece la penumbra, insustancial, el estertor de un fondo, la colgada visión de las ranuras que ilumina, pero que no logra darle un cuerpo final al momento. Allí, contra el apéndice de la pared, se dibuja el bigote, algo contrariado en los ojos de monedas, un hombre hecho vetas, y con la singular cabellera como en los bocetos de Da Vinci donde el terracota permanece cayendo en bucles por varios siglos.

No hay comentarios: