Juan Goytisolo en el patio de su casa en La Medina de Marrakech |
Insiste caer en Marrakech la misma gota del Cuándo en La Medina. Insiste por el zoco la habladuría. Arriba perseguida por los comerciantes que levantan uno tras otro quioscos, trastiendas, quioscos, y se pierden en un desierto de calibrados granos y bisuterías. Insisten el cerón y el olor, la algarabía por los callejones obstinados, el transmutar del eco tras el agua que oyese escurrir, los caños averiados, y el sabor que desde adentro exige la humedad. Insiste una puerta abrirse en el ámbito de una primicia por frescura, abajo, donde los pies, sobre los mosaicos, pueden entender la tierra como diseño, arabescos, plañir de temperansas. Insiste un poco más adentro, y cerca del aljibe del patio, Juan Goytisolo. Insiste. Debajo de un limonero. Teje al son de indomable sarcasmo la vuelta de sus frutos -la pugna- cada racimo presencia. La mano firme al borde del café mientras insiste el bisbiseo, las calles, y las verdes baldosas. Todo insiste, se amplifica, ahora que momentáneamente Juan Goytisolo no está.
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