New Yorker Magazine |
a)
El desvío en las almejas se contrae bajo el limón. Por el bar, el
ruido de los vasos rechina desde que han puesto a tocar una guitarra (tartamuda) por
los parlantes. Es más, acaba de chirriar el tren (4) rumbo al Parque Central, y
en la cartera de una mujer se acaba de encaramar otra mujer, explícito momento
en el que espero a otra mujer, a la que después que llegue le diré como he
pensado mutilar el desvío.
n)
Y queda una línea establecida, el cuello de algunas almejas al borde
del filo, los zumos de un abismo incoloro en cada gesto que se levanta sobre
las pérdidas, este sitio, la voz de gente que llega. Sobre una selecta bitácora
procuro, contrario a toda teoría, esperar que algo suceda.
l)
Horqueteada la gente pasa. Desde esta banqueta se lanzan en dos, piernas,
estrechuras, las ondas, los pasos, el rumbo que va hacia el gran salón de Grand
Central Station, eco, dobladillos cuando la gente se roza.
s)
Aparece la frescura. El cítrico de la mar tal fricción o creo ha entrado
un relativo aire cuando han vuelto a abrir una puerta. Y dentro, el ruido. Sin
romper los brillos de la carne, una almeja levita sobre una copa de albariño.
4)
Dando sánsaras la única mosca en el bar a medio vuelo se detiene. Un escotoma
por la luz hasta el meollo, escribo, ahí, milagroso, esconde parte de mi
existencia. ¿Qué le diré a la mujer cuando entre? ¿Invertidos los lunares de su
vestido me gotearán? ¿Sabré doblar mi voz en esta íntima película?
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