sábado, 17 de marzo de 2012

Bodegón

Bodegón de Francisco de Zurbarán
17 de marzo y el 2012

El botellón de la leche es de un plástico que contiene los accidentes de la transparencia. A su lado, una botella de Carlos Serres tiene el sello del corcho desgarrado y rojo. No es una excusa. Una gota le ha pasado por el bigote a la foto del fundador y llega hasta el culo. Un pequeño redondel se derrama en el mundo de los cuadriláteros y las galaxias del linóleo. Hacia el fondo, donde la pared se integra con el color hueso, una tabla de quesos. Sobre ella descansa una simple trampa para ratas. La trampa es negra. Al lado de ese negro, la caja de habanos tiene una vitola en amplio forro y dista, orgullosa, del nombre de Arturo Fuentes con sus ocho monedas de oro. Está estratégicamente puesta en un ángulo obtuso sin tocar la tabla. Adentro hay cuatro relojes de pulsera. Nomos, Eternamatic, Omega, Tissot. Sans naufragio, una bolsa plástica, en rojo, contiene libretas de inciertos amarillos y reposa parcialmente sobre la caja. Se balancea (casi) sin llegar a rozar la pared. Contra la pared hay una tarjeta que dice Charritos. Frontal. En ella aparece la cara de una azteca con un collar rojoverdeblanco y su cabello adornado de cartuchos con largos pistilos amarillos. Ella aparenta mirar una villa, blanca y circular, que en un barranco se disuelve en la distancia. La realidad es que los cartuchos se lo impiden. Más allá, en una mar añil, corona, arqueada, la palabra Charritos en letras blancas. Pero justo a la derecha, hay una columna (dórica) de libros que se pierden de vista al lado de una falsa chimenea. Un mareo en dirección al fondo. Un torbellino por el marco de la tela en los títulos escogidos. Una sombra se inclina al azar en un íntimo desarreglo. No faltan las virutas de pan y polvos añejos. Los bordes carcomidos. Y la cuchilla suiza. 

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