La guardiana del huevo negro (1955) Leonor Fini |
21 de marzo del 2012
Silba. Dobla las fundas de las almohadas. Ordena el cuarto. Sería tan fácil. Pone al niño a dormir. Tiende la cama con una sábana azul con flores blancas. Y arremeter. Cierra la ventana y amarra los visillos. En la cocina lava los platos. ¿Me hago un café? Pone el labio inferior en la taza y se lo va pensando. Le pone el primer tallo al nido de un huevo negro. Hervido. Donde nadie puede alcanzarme. Descubrirla. Lo importante es matarlo. Verlo muerto. Darle un balazo. Clavarle este cuchillo hasta verlo caer. Sin embarrarse de sangre. Todo ese rojo sería un desastre. Un balazo es limpio e impersonal. Explosivo. Le apuntaría al pecho. Cerca. Y ya. No miraría atrás. No. Tampoco. Tendría que mirar para saber si está muerto. Eso le daría satisfacción. Verle la cara en la última agonía. Le miro a los ojos hasta allá adentro. ¿Y si todavía me ve? Qué me importa. Cuando cae sorprendido, se da con la cabeza contra algo que se la revienta como una calabaza podrida. Aunque no le dispararía en la cabeza. Lo embarraría todo. Y luego no podré comer carne por un año. Saca del refrigerador las verduras. Corta la cebolla en trozos diminutos, el morrón, el ajo. Corta en cuatro un trozo de vacío. Para que rinda. Si se deja estrangular lo haría con mis propias manos. Déjate ahorcar, hijo de puta. Le miraría los ojos inyectados de púrpuras. Le escupiría los ojos. Y con las uñas se los escarbaría. Le metería directamente el índice. Hasta el fondo. Hasta que explote y salga el chisguete de agua ocular y me embarre. El sofrito se me pasa. Necesito aceite. Y si saca la lengua, se la mordería hasta cortársela. Eso no. Coño. Se le llenaría la boca de su sangre. Eso sí que no. Se la aguantaría con una mano y con la otra se la cortaría con una navaja. La navaja suiza que le regalé. ¿Cómo le va a cortar la lengua mientras lo estrangula? No importa. Lo hace de todos modos. Lo estrangula y después le corto la lengua. La tiro en el zafacón de la basura con las cáscaras de huevos y plátanos. Y para no dejar rastros, le pone doble bolsa del mejor plástico y espero que nadie esté cerca cuando lo mete en el zafacón del patio. Ya son dos bolsas que hoy he tenido que sacar. Ya me preocuparé luego del cuerpo.
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