23 de marzo del 2012
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Se inventa una virgulilla. Ahí cuelga sus amores. En el buzón deja caer un sobre con el nombre escrito en un diágrafo. Decía algo sobre sus pesares y una línea específica Donde el amor no se impone, no vale diagnóstico alguno. La copia la dobla cuidadosamente y la archiva.
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Después de la fosforescencia lo que le queda es un acto de total desespero. Le muestra el tamaño de su verruga. Le pide perdón varias veces. Le mira a los ojos. Y le promete amitosis.
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Se hermana con una ciudad consanguínea. Heraldos y escudos. Nombres tramposos que perdieron letras. Saca un grueso manuscrito de viejas alcurnias. Los lee en voz baja. Ombligado se sienta con una aguja y traspasa la tripa.
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Cuando se le rompe el día, lo que le queda tiene que ver con una arbitraria lista de lo que no ha visto. Hoy. La estepa rusa. Halifax. Un avión caerse. Las tardes de enero de Bahía Blanca. Un sitio 300 quilómetros al sur de Trípoli. Una convención de ciegos. El culo de Iddy. Los plásticos amontonados en los barrios de Manila. La mujer del presidente pintándose el dedo gordo del pie izquierdo.
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El atardecer ingiere al paseo. El paseo ingiere al paseador. El paseador ingiere sus pasos. Los pasos el pasado. El pasado a Pepa. Pepa las pepitas. Y así posesivamente.
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