No vale hundido el colchón en otro cuerpo, riñones flojos al susurro a
los autos desvanecer. No valen los cazos, en mismísimo espacio, la fregadera
contra otros sonidos, la grasa en la pared en su trama - lagrimón amarillo- expresión
-afuera y adentro- cual dedo insiste, esa caricia que moverá al moral que instalará
la ardilla que morderá el retoño en sus arrebatos estos primeros días de
primavera. Ruego que mires. Se abre la puerta y no vale qué pisa ni pasa. A las
tripas el quilo y medio de vísceras niega responder e instala el televisor
prendido, las rendijas vegetales, comprensibles y proteínicas, que equivoco por
luz, tragedia en medio de esta sala, el resto del día precipitado en pedazos en
un mar de indicios. Qué sobra. Las sobras. Los opérculos. Detrás le sigue el hedor
de algo que sospecho es un pedo entrando por la ventana.
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