domingo, 23 de marzo de 2014

La hora del almuerzo

Bodegon (1610-1625) Alejandro de Loarte



Milagrosamente breve. Un embargo estirado en el salmón. Los restos pegados en el fondo de la cazuela. Gris. Como si hubiese partido algo en las tablas de esta casa para hacerme un agujero. ¿Dónde? ¿Pero?

En el brócoli, al lado de coronas, su versículo verde echado a perder en la losa portuguesa. La flor en azul concentrado en una barcaza frente a la cuchara me espera. Su fuego. Aves en postas dividas.

Y vierto. Caso ciego el vino. Unos redondeles de espesuras tintas sin remedio. Varios deslices. Y en el fondo creo que doy con algo más duro que esto que se aprieta en la botella. La inclino como un tubo sin viento. Por si acaso me atrevo a respirar.  Y eructo.

Alrededor incluyo. Me hago una lista cortés, y rápida desaparece. Se trueca un cuerpo con otro entre las sillas, ahí, puestas alrededor de la mesa. Pongo el centrosema a un lado, priápico, trompa apuntando a Meca, y detrás me configuro los utensilios, una cadena de camellos, sedas y carpas, un interminable arenal que terminará arruinándome el plato.

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