Severo Sarduy |
Hay algo que viene a hablarme con esto de mis manos socapadas con sogas y tarecos que, por cierto, es la misma cúspide de un poema requemado por Sarduy, en rojo y púrpura, y sin circulación, y ha estrangulado y vegeta en un estado de maravilla. A eso me refiero. A ese largo tramo que requiere pleitesía y se diluye en un acto de encanto- se frunce uno y aparece lo aparecido, las láminas salivares de la duda. El contorno. A eso también. A la sorpresa al tomar por desvío un momento cuando he pensado que ya basta estar vivo y lo demás se pronuncia innecesario. Entonces. Al oído, donde acúfenos secretean en la rama, los cardenales asedian el cuerpo de las moras en el preciso instante del caer.
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