Sin titulo, Enrique Medina Ramela |
Coinciden. Este calor comienza sin año.
Su giro avería el musgo del baño, las intenciones agitan a las hormigas que intuyeron era el momento para explorar el tarro de azúcar en el agosto austral.
El abuelo con un pañuelo se seca los
mocos. Estira la mirada, la piel reseca, y sin enfado aplasta a cada una de las
invasoras, una y otra vez con altísima precisión.
Y quién diría que por las ventanas se
escapan del calor las moscas para aquí caer sobre el chacarero rezumante, brilloso,
ante la cuchilla.
Duraznos. Pero aquí es el momento de un
trozo de membrillo. Otra mosca cómoda en el mantel su distancia mantiene. El
queso acá. Y una naranja en dos gotea el mantel acabado de poner.
Una franja litoral y exclusiva de caros tendidos
sobre la ley de gravedad, miembros y quiebros, las mangas de las camisas se
secan al lado del chingolo, inquieto, metido en la luz que lo excluye en el
balcón.
Todo apunta a que habrá un giro hacia los
dolores de garganta. El aire sopesa la piel morada de algunas nubes detrás de
los inmensos eucaliptos. Redundante su apología llegará en el asombro, ventana
abierta, y también sobre los alfajores en la mesa.
Lo más huidizo, difícil acertar en ello,
impera en la modorra. El eco en el cuarto de los chicos. Esa abundante
ausencia de los gritos alegres, afuera, en el patio del club se amplifica. Este
debut indica que insistirá, todavía en lo cercano, ilíquido apéndice, hasta que
baje el sol y enfríe.
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