viernes, 28 de noviembre de 2014

Marranas 51




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La vacuidad. La vaca. La bocanada de humo. El fuego apagado de una mirada. Los ojos cuando dos alternativas dejan de ser un pensamiento y entras en el olvido del otro con un rabo que mueves de un lado a otro en un potrero cercado.


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El estertor. El perdido. Las cosas dos veces perdidas en el imposible encontrar de su misma palabra. El diccionario aquel de la dicción. Preferiblemente un conjunto de frotaciones, unas ramas selacias contra el lomo de esa bestia desnucada que yace hundiéndose en un pantano.

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Congratulaciones. El traqueteo. Suena el cuello cuando cede. Y los excesos se van confundiendo en cómo se recrea un hombre al pasear por una plaza buscando qué decirse. Qué internalizar. Y pasa una mujer arrastrando un perro a quien llama Geórgica.

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El pellizco. Y no los riscos, calle abajo, en las secularidades. Los reglamentos y las pretensiones de los hombre al margen de la ley. Lo demás sufre una conjugación de anacoretas y tetraciclinas. Una verdadera conjugación para pretender entender los principios del siglo.

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El yoyo. El yo. Y. O. La cuerda oye el runrún, corta el aire. El pulmón desafiado. La cara con todo un enfado cruza y no se mete para nada con ese filo. Jamás toca ni en el cuchillo mejor forjado. Parece en esa condición no tocar ni lo uno ni lo otro. En caso de una perversión freudiana.

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