Manuel Alvarez Bravo. Parábola óptica, 1931 |
No vi sino
pericias detrás de la vidriera. Dos mentiras por una, y compré un café viendo
como caía en marzo la nieve. Y cuerpo como otro cuerpo, de hojaldre dulce, me
recordó a una alemana, mejores azules que azucenas, un bolero como intercambio
por perder un hijo a la locura.
Todo su llanto
(marrón y estacionado) un interminable agujero. Eso me pareció. Ojos
estacionados. Le hubiera comprado un vestido, pero le compré una gorra a mi
hermano, azul y del Chelsea, y pagué 10 por 12 cuando cambié la etiqueta porque
a ella- la taiwanesa- también quise mentirle porque la cuestión era un precio a
quien se le interpreta pagar.
Y le tomé la
mano sinceramente. Mejor mudo, interpreté. Mejor jalarla por las calles en
silencio y hacerse el ciego sin dolor. Ella ni yo. Como hace la Parálisis
cuando duele. Para no hablar de ese hijo que no volverá. O. Y. Del reguilete que llama molino de viento y
quiere atar a la escalera de fuego.
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