Como una
andaluza sobreexcitada,
un montón de
tripas a punto de reventar
al lado del camión
del heladero. El muy canalla
suena la campanita
corporal, y a él
acuden, por
celestiales, los niños
con sus
enrojecidas lenguas a poner algo
tan concreto
como es un cono (dulce)
en la alegría de
sus bocas.
Dos tesuras se
contienen al pasar la lengua.
Vasija y vacío.
Y cómo decir que
se pongan la alpargata del destiempo
o decir cómo
suele discurrir el gato por su cola.
Y que el gato doblegue
su maullido, loor, a las piernas
de aquella cortesana.
Educada por San Isidro en Sevilla,
dotada de música
y mesura en el oído,
para hacer reír
los secretos de corto lance
en la alcoba.
Pues, leyó las tragedias griegas y las porras
de San Pablo; mejoró
sus sudores con saín de ballena
y perforose el
ombligo con la intensión de convertirse
péndulo tras la
lectura de Lucrecio. Y no dudemos que
podríamos añadir
mucho más.
Y como es
entrópica esta historia,
hombres y
hombres,
guerreros y
poetas
en orden los
átomos de sus nalgas rasgaron,
y por el portal aquel
sus esqueletos, y
al otro lado ni luz ni oscuridad.
al otro lado ni luz ni oscuridad.
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