El problema no
era seguir dándole patadas a aquella cosa con la cara de Bukowski // en rosa, descartado,
la lengua sufragio y hecho tierra me observaba. Dote. Creí que era eso porque
algo brillante en un pezón, y el desprecio, inexacto, tentación a mis furias, compadecía
con titiritantes y afilados dientes abriendo una lata de Old Milwakee- como
cuando venía del correo de guinga y mangas cortas. Y por fin, en su justa
medida, la patada. La confinada lectura de fulano poeta- insoportable- a zutano
pareciéndose. Los taconazos-perenganos- encima del bar con turbios espejos
tejían El Internet y sus advenidos ríos de alternos belfos do furcias atadas,
diestras y siniestras, a la pata de la cama ante mi capa dengue y La Parálisis
anegada del lago (w.w.w.) que me dejara en la piel, verruga de bordado blanco y
Seferis. A fin de cuentas, supe al despertar, y al verle la espalda repleta de
granos y pecas, sin calcetines y alivio, que si pateaba con botas- igual al
gato- caería en medio del séptimo asalto Derrida vs. Bukowski. Y me gruñí, tal
ogro al borde del linóleo, qué el mundo se lo merece igual, qué no me importa la
piroclástica efectividad del mediocre. A mi edad, balbuceé en busca de los
lentes, no es menester, priápico y borracho todavía, estar a salvo de
excepcionales idioteces.
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