La Ópera Garnier |
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Y
confiesa. Al entrar en La Ópera Garnier. Que. Cada peldaño, arabescos las
vetas del mármol, los cinceles sus cortes, suavidades, los pasamanos en negros
y oropeles en lo intangible. Todo el rojo de las butacas envuelto, ternura sus
decadentes ácidos, el olor, las ropas allí que rozaron entre los
aplausos el azimut de las arias, el plagio fornicando a una mezzosoprano, cuando
el telón se cierra y abre bajo su peso el terciopelo, un silencio Luis XIV en
una espesa cabellera, (eros) que atrapa detrás, y que, hacia la gran Araña, se
hunde en la lipotimia de un cuello por brotar entre tanta urdimbre indetenible.
Intermezzo
Las
confesiones. Eróticas o incertidumbres. La ineficacia entre lo fricativo y lo
labial, el hueco de sus sustancias siempre hacia las aguas en el fluyente de
una forma mas cual. La funda. Ese contenedor, lumbre ante el mínimo olor de su
gesto. Un mínimo ardor dentro de su propia pereza cuando se le pasa por al lado
y levanta su mano Chagall?
3
Además. Los
árboles. Confiesa. Esa impotente presencia. El individuo del tiempo. Encarnador,
grosor que fuera paulatino crecer, un adamo sobre las esencias de cada anillo, el
invierno. Pero, lo confiesa con los brazos. Como si abracara una cantidad en Bavaria,
en los montes de eucalipto que viera entrando en Galicia, o y el solitario
drago, la carrasca, el roble, y se perdieran en su nominalidad, y en sus
permanencias bajara el eco. Es lo que dice sin mencionar el hacha, las nevadas,
las tormentas, las cosechas. Que (algo) tienen algunos sobre la corteza donde
estalla una piel que conecta. Lo dice. Y lo vuelve a explicar. Sin mejorar lo susodicho.
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