No hago
más que cambiar la pose. Y otra la posición con que se aparece un vaso de
cerveza descarbonatada en el derruir de Deniz. Cuando ponía el oído debajo del
sobaco y se alternaba leyendo a quixotazos las majaderías de Bishop,
aquejada por los mosquitos brasileros, quienes acostumbrados a sangres
meridianas se la banqueteaban como coctel lácteo. Y si intento desabrigarme,
fastidiar con otro instante de mayor versatilidad, toco el yeso de Martí
rodeado de un rosedal, tarde sobre un trozo de pan con azúcar, el muelle
moviendo la sensualidad en una bandera, aguas al margen de lo ominoso, mientras
mi padre escrudiña el norte en la inmensidad de la mar, y detrás de su cuello los
montes, la estación, cultivos, verdes sofocantes. Y después de un rato la
palabra “oruga”, y regreso cultivo. A la pose donde el rotor del hombro me abre (.)
sin remedio a la oscuridad donde oigo, en mi costado, a Isabel roncar.
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