Desnudo. Las piernas
absortas y entreabiertas. El plástico desarbolado, y conflaciones, y formas de
un cristal de bañadera el tic tac y la orina. Radical, y a duras penas, lente
doloroso el líquido se atreve, todavía, a insistir que no hay perdones y que mis
palabras no son, al amarillo de la vida, inclusivas del amor. Nada de eso. Cuelga
mi pene, una caminata donde las hojas arrostran, por debajo de un empujado la
sexualidad del invierno, la cuchara del éter, penosa biografía, y un anaquel de
varios y cuidadosos títulos atrapados por el talud de mi historia. Dios mío, qué
cojones quería yo hacer cuando le hice dos hijas.
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