Sola. Angosta apena. Un trivial olfato al aire, apuradas reconciliaciones, enero y la lluvia afuera, arrastran la epidermis. El suflé de congojas esta tarde cuando tocaran el rostro y enrojeciera lo volátil sin remedio. La desgastada esquina en la arruga de un gigantesco helecho tiembla tras las gotas desprendidas. ¿Y cómo no? Con un ojo casi al borde de la risa, con las garras del folículo rasurado, un prurito anormal de una noche desencajada se adviene para poner en su lugar las ánforas y llenarlas de algo.
domingo, 20 de enero de 2013
Epidermis
Sola. Angosta apena. Un trivial olfato al aire, apuradas reconciliaciones, enero y la lluvia afuera, arrastran la epidermis. El suflé de congojas esta tarde cuando tocaran el rostro y enrojeciera lo volátil sin remedio. La desgastada esquina en la arruga de un gigantesco helecho tiembla tras las gotas desprendidas. ¿Y cómo no? Con un ojo casi al borde de la risa, con las garras del folículo rasurado, un prurito anormal de una noche desencajada se adviene para poner en su lugar las ánforas y llenarlas de algo.
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