De guámparas
nada. Dulzuras, tensiones de una versión de alto cañaveral, cuando a la vuelta
vive un viejo samurái sobre las sedas. Kurosawa y el pincel.
No dejes que los
ladrillos se fundan en la pared para decir que hubieras puesto allí un anaquel
en vez de los Diarios de Miguel Torga.
Sobre una flor a
la cual lo estólido ofrece una breva tal. Una condición al lado del papel que
ya no usas, una tinta seca, como el mejor cuero de un lechón asado.
Decían de una
fórmula para el sexo desintegrado. La vaina explosiva sobre los labios en forma
de Big Bang esos cuatro quarks: cima, fondo, extraño y encanto.
En la
talabartería. Me encanto, desde la puerta del fondo a la cima del techo, y el
olor muerto y extraño de la vida me erotiza.
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