Gerhard Richter, Abstract Painting (911-3), 2009 |
Todo el día
Bach. Toda la tarde copos sumidos. La clorofila con su insistencia en los
pinos del frente, la invertebración del viento de izquierda a derecha. La luz.
Me inclino sobre
lo que cocino. Ajos picados, cebollines en perfectos estados circulares, el perejil
macerado. Se me escapa la última tocata BMV 2…y el comentarista recalca, cuando
aun humea la pasta, cuán parca la interpretación se escora al pórtico de la
memoria de instrumentos olvidados. Si tuviera olfato, le replicarías, ese
instrumento, para que no se olvide de la pimienta y la cantidad exacta de sal,
ya no me interesa.
Ceno a las cinco
y media. Hace rato que afuera alumbran los faroles. Emma me envía una foto.
Aparece parte de su rostro. Toda la quijada incluida con sus respectivos labios,
el cuello, los hombros en dos calzos, y la entrada a los senos que
delinean/separan la piel de las vacaciones y la piel escondida.
La nieve
desciende ahora sin prisa. El American Jazz Quartet persigue a Bach. Dejo que
el corcho de la cava se estrelle contra el techo. Me siento en la alfombra de
mis penitencias y leo el diario de José Kozer, Una Huella Destartalada. De
burbujas a agujas, y sin pespuntes, me zambullo en varios recuerdos paralelos a
los hechos que leo. Dejo de leer para imaginarme que escribiré lo que estoy
pensando mientras leo.
Una sonata me
estremece. Estoy convencido que lo que me rodea es un único silencio producto de La
Parálisis. Se intercala una corteza con verde y liquen, la piel de un lobo que
se estira, una dentadura en mi burbujeante cava. Unas ganas de llorar. Pierdo,
otra vez, el BMV.
Shostakovich.
Quisiera renunciar a este espacio que ha quedado untado con el aroma de los
camarones de agua dulce y el menjunje de aceite de oliva entreverado con los
linguini que cuelgan del cello.
Después me
percato que renunciar no tiene importancia. Esa seducción por completar los
espacios, y redimirlos con la perfección de los anhelos, es un síntoma de
fatal entusiasmo.
Muy tarde en la
noche. Ha parado de nevar. Ahora la noche comienza a empujar ese telón blanco
en brazos de Gerhard Richter.
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