De aguja a pespunte, la mano de madre extendida, el hueco donde la hebra ha llenado su posibilidad. La ruptura. El interrumpido trazo, ahora que la mano ahínca sobre sus carnes para empatar el vacío de lo perdido, hace un cero en los aires y regresa en su posible caída hasta desaparecer. Aquí tan cerca. Revolotea, como si buscara aire otra vez o vida jaloneada y aparecieraen su desliz el mar Caribe con un anzuelo en las entrañas, lucha con sus acuáticas alas para volver a la penumbra, a las aguas de amarillo isabelino, empuja por los alisios un rotundo no en su dorsal contraído, se mete en la epidermis de las gotas encajadas de perlas y algodón, precisamente donde crecen al instante retamas de los tintoreros, así aparta, entre fibras, vaciando un pulmoncito de zunzún, y, detrás y por debajo, por fin, la trama ata las riberas de la herida en simple tirón.
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