A ésa la mato con fístulas y chocolates belgas,
medusas y células drenadas. La mato, en fin, en medio de una fiesta para que
todos se enteren. Una sed así, rapaz, su traje Rabanne, imbricado por las
vulvas más resbalosas de estas inanidades, la podría verter. Inclusive, la mataría
en un bar de sushi si tuviera que pronunciarla empacada de agrio en arroz, vocales,
toros y salmones, y su pie fuera traspié o pie de rey o un simple pie deforme,
y antes que se quitara armiño y ponleví, antes de trabar su agudeza hasta la
garganta protagonista o compartiera el ostentoso encanto (redondo) bajo el edredón
de esas plumas de la coriza de sus muslos, la mataría mucho antes de los
títulos, del peso hermoso de sus pasos y de todas esas cosas que llenan de
tantas inseguridades si tuviera que llevarla al papel o si tuviera que
decapitarla en lo alto de un zigurat y ver su cabeza rodar hasta mis pies para
quitarle la peineta de los versos que le regalé aquel día, a principios de este año,
y del cual no me queda más que mal recuerdo.
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