Leonor Izquierdo y Antonio Machado |
Una parra y la pared, cuadrículas, el piso recuerdo, y entrar es una misma cosa. Lo opaco conserva los contornos y, sobre la pauta, los muebles saben ordenar en incierto arreglo lo que fue cotidiano. Uno piensa en Machado y la ligereza de un verso exacto colapsa en el momento. O. El maestro de espaldas cruza. A la derecha, la cocina. El ojo verde de la ventana. Parte de un monte, parte de esa Segovia del eco. Y la mesa, más flaca que un caldo bajo el pienso de esa luz -ni centro ni esquinero- un gesto de pobreza. Y la alcoba. El lecho. Una miniatura del acto teatral del sueño: un escalón y se llega de la mano de un paseo -altos ya los chopos agitados- y Él espera que Ella le demande este espacio donde los turistas, fantasmas sin indultos, escriben (vaya desfachatez) sus nombres en un libro de visitas.