Abbas Kiarostami |
Si fuera Abbas
Kiarostami. Y pusiera, al contrario de lo lento, un cristal igual que sus gafas
para que sea igual que él y no me exceda.
Si fuera Abbas
Kiarostami. Usaría los lentes iguales a los de Abbas porque el tinte amenguaría
la luz que nos distingue.
Si fuera Abbas
Kiarostami. Y me sentara frente a la tarde como un amigo que habría recobrado
después de una llamada telefónica. Y no supiera qué preguntar. Sino que
contesto, como Abbas, sin suponer que alguien me imita.
Si fuera Abbas
Kiarostami. Desde las uñas a la tacita Limoges color Luis XV a la gran veta en
el cristal de la ventana a la nube suspendida entre los cables eléctricos de la
diez de la mañana alzaría la vista.
Si fuera Abbas
Kiarostami. La tierra donde cayó muerto el venado sería un montículo de gusanos.
Desde allí se podría ver un pueblo contra los montes, pues sin las gafas
ahumadas, parecería que está más lejos y menos divino.
Si fuera Abbas
Kiarostami. Me sentaría detrás de los parabrisas. Sin prisa. Sin mirada. Me
sentaría después de estar cansado. Y escogería una ciudad para desde allí verme, como Abbas, detrás de un parabrisas.
Si fuera Abbas
Kiarostami. Escogería la luz detrás de los autos y las seguiría hasta que se
apagaran. Y sus conductores penetraran las horas de la noche y quedara afuera
la esperanza esperando que algo más suceda.
Si fuera Abbas
Kiarostami. En un vaso de leche (caótica) caería la cereza trenzada entre los
blancos de su memoria.
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