Naufragio (1794), Francisco Goya |
Es grave. Confundo gris por este aguacero en otras aguas de réplicas y timbres en la voz de Patsy Cline. ¿Debe seguir el ámbar esta voz y encontrarme con las gotas estiradas en fugaz Nilo en la ventanilla? ¿Querrá decir ella que algún día esto- anómalo- cutre miguelino- se erice y zarpe de infeliz a feliz en ese tuco de la caricia? Y me sale una quilla. Así. La silueta de un rey visigodo. El dromón, a contra viento, entre olas negras y espantosas. Una frialdad se encrespa y el náufrago entregado- vómito y aliento- se hunde. Y con ello, y el chapoteo, repleta de sal la nariz, tambaleante aquí en el autobús, no me queda más que aspirar el aceite de la empanada que ha sacado una señora.
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