Vista de Toledo, El Greco |
Pone poco. Un rastreo. La punta del dedo en las electricidades. La copa cutánea del sabor y sus enredos de quesos Idiazábal. Y ulterior, igual que la boca abierta de la carranzana, una cuestión disímil- el gesto en blanco- cuándo la historia le incluyó en el paisaje o si desde que entró por Toledo y su melena algún torcido músculo le traiciona. Si absolutamente pudiera acertar; apunta en una libreta lo parecido a una película de aguas, varios pixeles inflamados de violeta que sostengan el biércol merino en un búcaro que luego pintará y, a un lado, la edición del talud y una mano correspondiente sobre los nudillos, autoridad y delicadeza, algo reservado el tendido muscular hasta los codos, como si pescara o elevara a los labios la sopa airén para la estocada. Y desde luego, el tiempo. Hay en el cuerpo aquello que delata desespero en lo nimio y la embriaguez. Aunque tiembla, preferiría morir de tétano antes de añadirse al cuadro.
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