25.-Si quebró el cántaro. (Detalle) Francisco de Goya |
Le traigo manicotti. Los compré en la trattoria de Enzo, El Gordo, el que le pega a su mujer desde que no puede vivir sin ella. Debajo del plato de manicotti, la mesa tiene un mantel blanco con corazones carmines traspasados por flechas. A pesar de la ausencia de sangre en el mantel, puso unas morcillas de Burgo y abrió una botella de tinto. Isabel está convencida que me hace feliz la sangre coagulada. Y. O. El color del vino. Cuando lo ingiero le confieso cosas que le importa escuchar y que no le digo, por ejemplo, cuando bebo agua fría o abre una lata de sardinas. 20 minutos y me toma las manos. Le veo las pecas, ceñido el suéter de líneas púrpuras y amarillas. Los pendientes ámbar de bisutería selecta colgando. Aquí y allá, zanahorias en el pelo. Sin dar rodeos se acerca para besarme. De la glotis, quizás de las encías, le brota un olor a salsa de tomate. Cierra los ojos y yo también. Y acullá, en medio de la oscuridad como un capricho goyesco, Enzo se agacha en una hortaliza, mitad del culo expuesto, y sin mucho esfuerzo, arranca ajos de raíz.
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