Dónde. Esto,
roce trozado, ido por dónde no quiso ser. Donde pongo. Esto mejor y nada mejor.
Las clementinas en la mesa de cara a la luz ruedan ante los demás como si yo
fuese ellas. Y cierta vergüenza. Y cierta impaciencia ante la caída de
esta lluvia helada, fuera del bodegón, me entume el fucsia. El color con que la
pienso. Y sus orejas, arte de plata que nunca pasó por La Habana. Esos juegos
del escuche. Esos toques, como ya se sabe, trueques, versiones- trece-
extendidas y a las que hay que adherirse. Porque allá, detrás, suenan las
orquestas típicas con un título que no recuerdo. Lejos. Bien lejos. En las
lomas de Baracoa. Y llevan y traen una guitarra. Para Gabriella. Para esa hija
que no tuve y algún día parirá.
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